En este texto se plantea que el antropólogo, a pesar de no tener un código ético que gire entorno a su profesión, debe dirigirse honesta y transparentemente con todos los individuos objetos de su investigación, sin embargo la lectura nos hace reflexionar sobre qué sucede cuando no puede manifestarles a sus informantes este cumplimiento porque ellos no tienen las facultades mentales para entenderlos ni un poder legar que les de validez a sus acuerdos. Por otro lado, también nos pone sobre la mesa, a discusión, qué sucede cuando somos testigos de una realidad por la que podríamos protestar o hacer todo lo posible por resolver, sin embargo, de acuerdo a nuestra profesión, no nos corresponde hacerlo.
En el caso de Literatura, a veces, somos lectores de la expresión de alguien más que hace promoción y gala de conductas que afectan el proceder humano de los lectores sin criterio, sin embargo, en pos de la estética no podemos argumentar esas “vanalidades”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario